viernes, abril 21, 2006

Charla del padre pepe en EAC 2006 enviado por (Ivana Tedesco)

LLAMADOS A VIVIR EN COMUNIÓN
Pbro. José María Vallarino
EAC 2006

Introducción

Ayer le comentaba a un seminarista de primer año que tenía que hablar a los catequistas, le preguntaba qué pensaba él que tenía que decirles, y me dijo:
- Alentalos, agradeceles. De verdad es un momento muy difícil actualmente para intentar dar, predicar el Evangelio. Dales gracias, alentalos a seguir.
Es mi primer EAC, les confieso, yo vengo de otro lado, yo vengo del lado de la Pastoral de la Salud y de la Formación de sacerdotes.
Hoy es tan difícil de verdad predicar el Evangelio, hacernos creíbles como Iglesia, es tan duro, que es importante en primer lugar darles gracias y darles ánimo para que de verdad no se sientan débiles en la esperanza de creer que Jesús vale la pena y que está vivo. Eso es lo primero que quiero decirles: Agradecerles como Iglesia a ustedes, sobre todo a los catequistas que no tienen respuesta. Yo prefiero realmente, y es mi vocación, estar junto a un enfermo que se está muriendo, que le falta el aire, que está en agonía terrible; que frente a un adolescente de quince años, granudo, que le dice: “no me importa lo que decís, no me importa, lo único que me interesa es ver que pasa con mi celular, si me está llamando el compañero de atrás.”
Y por eso es tan importante este encuentro. Cuando nos juntamos para programarlo me decían “que esto sea una fiesta” y ¡cómo no va a ser una fiesta si nos encontramos para alabar y bendecir a Dios que nos llamó!
Me dicen que hay que hablar del “Llamados a vivir en comunión” y me parece que este es el gran desafío que nos marcó el Papa Juan Pablo II cuando terminó el Jubileo del 2000 en esa hermosísima carta: Al comienzo del Nuevo Milenio.
Él parte de una mirada contemplativa sobre el Rostro o los Rostros de Jesús. El Capítulo I de esta Carta es el Encuentro con Cristo como herencia del Gran Jubileo: la persona que no se deja encontrar o no busca encontrarse con Cristo cada día no puede ser catequista aunque sea sacerdote o religiosa; hasta llegar en el Capítulo IV a la espiritualidad de comunión y el desafío de este tiempo para nosotros Iglesia; y para la Iglesia Argentina, con “Navega Mar Adentro”, de llegar a ser Iglesia, casa y Escuela de Comunión, porque hoy la gente está cansada de palabras y necesita ternura, necesita cercanía, necesita caricia, comunión. Quisiera meditar sobre esto porque fundamentalmente nosotros tenemos que ver de qué manera somos agentes de comunión.
I-"Busco tu rostro, tu rostro buscaré Señor"
En primer lugar la comunión más importante es la comunión con la Trinidad, porque la comunión intereclesial, esta profunda comunión empática –solidaria entre nosotros brota de la gracia del Espíritu Santo, de un Dios que es Trinidad, de un Dios que es comunión, que nos llama, nos grita a vivir para El, a vivir como El y de verdad ser signo de comunión.
Por eso el Papa al comienzo de esta carta lo primero que hace es mostrar a qué estamos llamados: estamos llamados a la comunión con un Dios que tiene un rostro, el rostro de Jesús. No podemos creer en un Dios sin rostro. Yo creo realmente que el Cristianismo es como la plenitud de todas las grandes religiones históricas, impresionantes, tan grandes, tan hermosas, pero el Cristianismo termina con la encarnación del Verbo y por eso hoy todos los orientales se están preguntando por la figura y el misterio de Jesús, por eso brotan las vocaciones de todo tipo en el Oriente, porque esas comunidades, esas religiones tan abiertas a lo sagrado también buscan el rostro, el rostro del Dios escondido; porque el hombre está creado para la comunión, para el rostro, para la intimidad. Por eso el Papa comienza esta carta de comunión mostrando el rostro de Cristo, porque todos nosotros necesitamos que alguien nos contenga, que alguien de verdad nos mire con ternura y nos acoja.
El hombre está hecho para la adoración, ad oris, que significa en latín “hacia la boca”, hacia el rostro. Cuando un nene es chiquito lo levantamos y lo primero que hace es tratar con su manita de buscar el rostro, buscar la caricia, si uno tiene anteojos mejor, continuamente vemos eso y es justamente porque la naturaleza del hombre es para esa intimidad, es para el rostro, estamos hechos para el rostro de Dios.
Busco tu rostro…dice el Salmo,… tu rostro buscaré, Señor, es un anhelo profundo, insatisfecho de todo hombre y es el gran drama del hombre de hoy que necesita ser querido, es mendigo de cariño y no sabe como vincularse. La gran crisis del hombre hoy es justamente el vínculo de intimidad.
En la primera Iglesia, el primer texto del libro de los Hechos, antes de Pentecostés, cuenta cuando se juntan los once y Pedro dice que hay que encontrar de vuelta a uno de los doce, al que reemplace a Judas, ¿cómo lo llama? Es necesario que uno de los que han estado en nuestra compañía durante todo el tiempo que el Señor Jesús permaneció entre nosotros, desde el Bautismo de Juan hasta el día de la Ascensión sea constituido junto con nosotros testigo de su resurrección. (Hch.1,21-22)
Para ser apóstol la característica es ser testigos de la resurrección de un Cristo vivo, de Cristo resucitado y por eso es tan importante que nosotros, cada uno de nosotros, tenga experiencia de Jesús.
Los primeros cristianos no transmitían una doctrina, transmitían una experiencia, una experiencia vital. Experiencia en la cual se les iba la vida:
“¡Ay de mí si no evangelizo!”
Ser tomado, ser seducido por alguien, por una persona, no por un concepto.
La Iglesia primitiva no ofrecía a la gente una Teología del Espíritu Santo. Lo primero que ofrecía era el Espíritu Santo mismo; la experiencia de su poder.
¿Están nuestros programas de formación pensados para equipar a nuestros agentes pastorales no sólo con palabras y conceptos sino con el Espíritu Santo? ¿Qué significa ser capaz de dar a otros el Espíritu Santo? Todo el Nuevo Testamento nos dice que es la capacidad de transformarse, convertirse a sí mismo y a los demás con el poder de la oración.
Yo les pregunto a ustedes, es la primera pregunta que les hago, ¿ustedes son capaces de transformar a la gente a la que son enviados con el poder de la oración, son capaces de invocar al Espíritu Santo para convertir a los que Dios les puso adelante?
El apóstol y el catequista tiene en primer lugar necesidad de escuchar constantemente la voz de Dios, el apóstol tiene que escuchar para saber qué es lo que tiene que decir a los otros de parte de Dios.
Etimológicamente el discípulo es el que escucha, el oyente. Por eso María es la discípula por excelencia, porque es la oyente, la receptiva, la abierta, la que suplica, la que se abre totalmente al paso del Espíritu Santo mendigando la voz de Dios, por eso María vivió en silencio.
La condición del discípulo es escuchar, por lo tanto debe hambrear, buscar, gustar el silencio.
Los dos santos más grandes de la historia de la Iglesia son María y José y ¿qué hicieron? Vivieron escuchando el paso de Dios, el paso siempre paradojal y desconcertante de Dios.
Jesús, la palabra hecha carne vivió envuelto en silencio.
Uno se preguntaría por qué, en términos de eficiencia nuestra contemporánea, por qué, si vivió más o menos como un promedio de la edad adulta de su época, por qué durante treinta años vivió oculto en Nazareth. Podría haber empezado a predicar a los veinte. ¡Qué importante es descubrir estas realidades misteriosas!
La gran queja de la gente es sobre el silencio de Dios:-Yo le pido, le suplico - esto continuamente me pasa en el hospital - y Dios parece que no escucha, parece que el Cielo está cerrado.
Esa famosa frase de Jesús en Lc 11: Pidan y se les dará… pero nuestra realidad ¿es así?, ¿pedimos y se nos da? El gran drama de hoy no es la crisis entre fe y razón como en otras épocas; hoy la gran crisis es entre lo que nos dice la fe y nuestra experiencia; que es tal que muchas veces nos topamos con un Dios desconcertante y a veces escandaloso, que hace silencio cuando el hombre le grita, cuando su hijo le grita. ¡Esa es la gran crisis!: La crisis entre la fe y la experiencia concreta en donde muchas veces Dios no responde a lo que nosotros le pedimos.
Pero mi experiencia es que el Señor habla de mil maneras, con mil voces, pero nosotros no sabemos hacer silencio para escucharlo porque Dios no habla como nosotros queremos. Estamos tan ocupados en construir su Reino, en ser gerentes generales del Reino de Dios, tenemos tantas ocupaciones, estamos tan demandados, tan exigidos, nos sentimos tan partidos que no tenemos tiempo para sentarnos a escuchar, a ver qué nos dice.
En el fondo siempre creemos saber. Cuanto más sabemos, cuanta más doctrina tenemos, creemos saber lo que El quiere y además le decimos lo que tiene que hacer y cuántas veces nos enojamos porque no hace lo que nosotros consideramos que debería haber hecho ¡cuántas veces!
Nos pasa lo de Pedro cuando hace la profesión de fe. Después Jesús empieza a hablar de la Pasión y Pedro le dice: -no, pará, que vamos a perder marketing.
Yo les pido, sobre todo a los dirigentes parroquiales y los directivos de los colegios católicos que no intentemos hacer pasar a Dios, a Jesús, por nuestros criterios, que antes de hacer tantas actividades eficientes nos sentemos a rezar juntos.
Les dejo esta inquietud: Creo que debería haber un catequista para los catequistas de las parroquias, que no fuera el cura, un catequista para los directivos y docentes de los colegios que tenga experiencia de oración, que los ayude a hacer silencio y a rezar, que tenga experiencia de Dios, que realmente haya experimentado el silencio. Sólo el hombre se hace orante cuando grita, gime y llora ante el silencio de Dios.
Una pregunta- ejercicio, que quisiera hacerles entonces como examen de nuestra vida de catequista: Examinar en nuestra vida diaria concreta: ¿cómo y con quién nos levantamos? ¿Cómo y con quién nos acostamos? Esto es importantísimo, porque creo de verdad que no podemos predicar el Evangelio si no escuchamos la voz de Dios que continuamente está cambiando, cuidado con hacernos profesionales de la Palabra de Dios, cuidado con hacernos mercenarios de la Palabra de Dios.
El que habla de Dios y no está con Dios es un falso profeta y a veces nosotros tenemos mucha experiencia para hablar de Dios pero no hacemos silencio. Si nos levantamos con las noticias del día y salimos corriendo para tomar el medio de transporte para dar la clase de catequesis en la primera hora o nos acostamos con Tinelli, el gol de la Eurocopa o las cosas que pasan después de las once de la noche en TV, desde el erotismo a toda la basura ¿cómo vamos de verdad a ser testigos de un Dios vivo?
Yo quisiera en verdad que cada uno de nosotros en serio nos pongamos a revisar esto: el comienzo y el fin no del día del otro, de mi día concretamente. Estamos en cuaresma, es un tiempo bueno para convertirnos, para volver a ser oyentes, discípulos, mendigos receptivos. Para romper con todo aquello que no sea Jesús y su Reino; porque si no nos vamos convirtiendo en incrédulos prácticos: hablamos de Dios pero no estamos convencidos. Que no nos pase como le pasó al Episcopado Alemán hace unos años cuando a la salida de las Iglesias un domingo de Pascua hizo una encuesta con un montón de ítems entre la gente que iba a la parroquia dominicalmente. Le preguntó si creía en la vida eterna, si creía que él iba a vivir después de morir. La mitad de la gente que iba a Misa los domingos dijo que no.
Yo les pregunto esto a ustedes.
Jesús es ejemplo de vida, Jesús se levantaba y se dirigía al Padre, el misterio de la oración de Jesús… Esto lo saben los seminaristas y los curas pero lo vuelvo a repetir: Un seminarista, un cura, un consagrado que no reza a la mañana, no reza y no me vengan con versos, no reza. Si uno no hace tiempo de oración de intimidad, de estar realmente con aquél que me enamoró, que me sedujo, que me fascinó un día, por más que siga viviendo externamente la continencia no es célibe, por más que nunca tenga una relación sexual.
Jesús, ejemplo de vida, se levantaba y se dirigía a su Padre y suscitaba la pregunta por la oración: en Lucas, Jesús está orando y los discípulos al ver la cara que tenía, en ese misterio de intimidad con su Padre, al ver la cara que tenía Jesús le hacen la pregunta por la oración: ¡queremos eso! Queremos esa cara, queremos eso, lo que vos tenés ¿Cómo rezás?
Ojalá que nosotros, nuestros rostros, nuestra vida, susciten la pregunta por Dios. A veces hay cada rostro, ¡mamita! ¡Qué caras! ¿Por qué? Porque no estamos enamorados, no estamos apasionados, no tenemos tiempo para que Dios nos desinstale y nos de vuelta, no tenemos tiempo. ¡Mentira! Siempre hay tiempo para lo que queremos
Hace unos años cuando vino Jean Vanier, el fundador de las comunidades del Arca, tuvimos un retiro con él, Yo no sé si ustedes vieron la cara de Jean Vanier, laico, pero un hombre que transparenta a Dios, dimana luz en su rostro. Hubo un momento de intimidad, media hora con los ocho curas presentes en ese retiro. Entonces yo, ingenuamente, le hice, en inglés para colmo, la misma pregunta ¿Cuál es su secreto? Yo quiero eso y JV contestó: -No te voy a contestar, eso es mío con Jesús, o acaso un hombre casado te habla de su intimidad con su esposa. ¡Genio, genio total!
Ojalá, ojalá que a nosotros nos hagan la pregunta. Les pregunto a las hermanas de los Colegios: a ustedes ¿las chicas les dicen “quiero eso, quiero su cara, quiero realmente que me expliques como están enamoradas”? De verdad, yo creo que la vocación es el deseo profundo de ser feliz, el deseo profundo de vivir totalmente por los poros el amor de Dios. Porque todos queremos ser felices y el que busca la felicidad en Internet, en los videojuegos, en la droga es porque en el fondo necesita, tiene una gran carencia, tiene un agujero impresionante de afecto.
Toda la vida de Jesús fue vivir de cara al Padre, buscándolo:
"Mi alimento es hacer la voluntad del Padre y completar su obra " (Jn 4, 34)
La buena noticia del Evangelio es revelarnos el misterio de Dios, mostrarnos el rostro de Dios. Jesús vino fundamentalmente para mostrarnos el rostro de Dios.
El misterio de Dios que los teólogos a lo largo de los siglos gastaron ríos de tinta para explicarlo, Jesús lo resumió en una sola palabra aramea, su lenguaje materno: Abba. El misterio de Dios que reveló Jesús es que Dios es Abba, que no es papá o papito sino en posesivo: mi papá. Para Jesús Dios es mío, es mi papá. Eso es lo que tenemos que transmitir: que Jesús es mi papá y que de verdad la esencia del Evangelio es hacernos como niños, cada vez más pequeños, descender para que a Dios no le quede más remedio que inclinarse, tomarnos entre sus brazos y hacernos Upa, eso es el cielo, el cielo es estar eternamente a upa de Dios: eso nos lo explico Jesús (Mt 18,1-5, Mt 9,33-37, Mt 18,10) nosotros ¿intentamos de verdad hacernos pequeños para que Dios se incline, para que podamos escuchar con los oídos del corazón los latidos de su Corazón?
Karl Rahner decía:
"El hombre del año 2000 será un contemplativo o no será. "
"Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará " (Mt 6, S‑6)
Según el texto de Mateo, para acceder a ese espacio secreto en el que ya no estamos más que bajo la mirada del Padre, hay que realizar un desplazamiento de lo exterior y lo interior (entra en tu habitación) y tomar una decisión de ruptura y separación (cierra la puerta). Hay un nuevo modo de relación con el propio yo; el personaje público se ha quedado afuera y el sujeto que está "en lo escondido" ya no está bajo la mirada de los otros sino solamente ante el Padre. Llamada a salir del dominio de las apariencias y de las falsa imágenes del yo. Algo "escondido" que queda fuera de nuestros controles y saberes.
Entrar en el Misterio de Dios, rendimos nuestras resistencias a entrar en lo que nos desborda y renunciamos a nuestra avidez por saber, dominar y controlar.
Las palabras que María pronuncia al final de la Anunciación: "Hágase en mí", revelan que ha dejado de lado el "saber" y ha elegido el dejarse llevar.

II – Comunión con Cristo en la muerte.
Muerte como Pascua
Es por eso que en este reflexionar como catequistas sobre el ser llamados a la comunión quisiera entrar con ustedes en este segundo momento,en el misterio de la muerte, muerte que para el cristiano no es el fin o término del camino sino Pascua, paso con Jesús entre esta vida y la vida de comunión plena con Dios.
Y me parece que esto es importante, creo que nunca en verdad reflexionamos sobre mi muerte personal, nuestra muerte personal. No estamos acostumbrados a pensar la muerte. Al hombre varón y mujer le cuesta sufrir y por tanto es un pésimo visitante de enfermos. Sin embargo, la muerte es la única certeza que tenemos de cara al futuro. Pero hay que mirar la muerte en cristiano, mirar la muerte desde Jesús. Observar el rostro doliente de Cristo para alcanzar el rostro del resucitado.(NMI 25-28)
Quiero justamente hablar de la muerte para entusiasmarnos porque estamos llamados a la comunión, llamados a una fiesta, estamos llamados a la Pascua, porque el misterio pascual para el Evangelio no es simplemente resurrección, sino es pasar de la muerte y del dolor, a través de la muerte y del dolor cotidiano a la vida, a la vida de comunión plena, a la fiesta, al banquete que nos prepara el Padre.
Lo primero que se nos suscita cuando nos ponemos ante la muerte es el rechazo, la huida a planteárnosla en profundidad. Hay mucha herida interior en nuestra vida de cara a la muerte. El preferible seguir, hacer un rodeo mental; no preguntar. Pero la herida está ahí, a flor de piel.
Tenemos mucho dolor, tenemos mucha muerte de seres queridos, mucha muerte terrible con lo que significa el desgarrón de la muerte, muchas preguntas hechas a Dios no contestadas, muchos gritos que chocan contra el silencio ¿Cuántas veces nosotros no perdonamos a Dios por la muerte de alguien muy querido? Gabriel Marcel ha insistido repetidamente en el hecho de que el único planteamiento real y concreto del misterio de la muerte es el de la muerte de la persona amada: “lo que importa no es mi muerte ni la suya, sino la muerte de las personas que amamos. En otras palabras, el problema, el único problema esencial, es el que plantea el conflicto del amor y de la muerte. “
En la persona amada, la muerte me hiere a mi mismo, ya que el sentido de mi existencia está radicalmente ligado a quien amo. El problema humano que suscita la muerte es el problema del amor y del sentido último de la vida.
Quien llora la muerte de una persona querida, siempre llora también su propia muerte. Experimenta que muere parte de él. En la conmoción que experimentamos ante la muerte de un ser querido, muchas veces acompañado de un profundo dolor físico, de opresión fuerte en el pecho, fruto de la angustia, se refleja el desgarrón de la separación y el dolor por la ausencia del ser amado.
“Amar a una persona es sentir que se le dice: tú no morirás para siempre “ (Gabriel Marcel)
Lo que se pone en juego ante el misterio del dolor y de la muerte es la imagen de Dios que tenemos.
El hombre nunca puede acostumbrarse a la muerte. Toda muerte es un sobresalto para el que vive. Del mismo modo que la vida adviene cuando no somos, sin preguntarnos; la muerte llega, también, sin anunciarse; nunca es calculada y nunca es calculable. Aunque la enfermedad esté siempre presente, la muerte, sin embargo, es sorprendente.
El catequista tiene una noticia que comunicar como un tesoro: si el hombre puede olvidarse de Dios o no acordarse; sin embargo, Dios no se olvida nunca y se acuerda siempre de él porque es su hijo. Como dice Is 49: “¿se olvida una madre de su criatura, no se complace del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide yo no te olvidaré”
Porque ni la vida ni la muerte ni el antes tenebroso ni el después amenazador son superiores al amor de Dios manifestado y activo en Cristo.
Esto que permanece oculto a los sabios e intelectuales es patente en la gente sencilla. Jesús dijo: Te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.(Mt 11,25-26)
Quisiera que cada uno de nosotros se pusiera delante de la muerte propia pero creyendo en verdad que no estamos hechos para la muerte sino que la meta de la vida es el corazón de un Dios amante.
Contemplar el rostro doliente de Cristo es contemplar también que el vértice de la Pasión no es en primer lugar el Viernes Santo en el Gólgota sino la noche del jueves en Getsemaní en donde Jesús como hombre le gritó al Padre: Padre, aparta de mí este cáliz. Sudó sangre y vivió una profunda angustia.(Mc 14,32-42)
Ustedes saben que el hombre angustiado no puede quedarse quieto. Cuando uno tiene una angustia muy honda está tan consumido que no puede quedarse quieto. Eso es lo que le pasaba justamente, psicológicamente a Jesús en Getsemaní. Lo relatan en el Evangelio: Jesús se levantaba, iba a rezar, le decía a los apóstoles que velen con él, volvía a rezar, sudaba sangre…”Aparta de mí este cáliz”. Y el Padre en silencio.
Muchas veces el enfermo agonizante me hace pensar en esto, en la agonía de Jesús. Porque la agonía de Jesús fue así, como le pasa a muchos de mis enfermos: agonía y asfixia, que es terrible, no tener oxígeno en los pulmones. Pero la última palabra de Jesús fue: Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. A partir de ese momento el cielo quedó cerrado. La gente dice: Bueno, pero Jesús era Dios…., pero en ese momento era plenamente hombre, asumió completamente nuestra condición de angustia: el cielo estaba cerrado, el Padre hacía silencio y por eso se entiende el grito desesperado de Jesús sin aire en la cruz: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?, en solidaridad con un montón de gente muriente que no encuentra la compañía del Señor. Pero la última palabra de Jesús en la cruz fue la palabra del creyente: Padre, no te veo, no te siento, pero creo…Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y diciendo esto, espiró (Lc 23,46)
Es la esencia de la vida espiritual: el abandono sin ver sensiblemente. La esencia de la vida espiritual es abandonarse con confianza en un Dios que muchas veces no responde. Es lo más propio del amor porque no puede haber relación de amor sin confianza. En cualquier relación de amor; en el amor de amistad, en el amor conyugal, no puede haber verdadero amor sin confiar en el otro. Me parece tan importante esto porque Jesús tomó en sí en el fondo las palabras del verdadero creyente, como las de María: fiat, hágase en mí tu Palabra, tu voluntad; no quiero mi proyecto sino vos sos mi proyecto, vos sos mi proyecto.
Abandono supremo en las manos del Padre:
"Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, ... " (Hbr 5, 8‑9 )

Preparar la muerte
Uno muere como vive. Y esto no se refiere a la vida moral,sino si se vive en la superficie o en la profundidad, en la hondura de lo real.
Uno puede haber sido muy pecador pero en la última etapa de la vida tiene tal profundidad interior que puede presidir el acto de morir.
"Quiero morir mi propia muerte, no la de los médicos ". Lain Entralgo
Jn 10, 17‑18. "El Padre me ama, porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mi mismo. "
Jn 10,10. " yo he venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia. "

La muerte cristiana
Nadie debe extrañarse de los sentimientos de repugnancia natural que se experimentan ante la muerte. La muerte separa al hombre intrínsecamente. Todo el hombre es cuerpo y alma. Todos los elementos constitutivos de lo humano son radicalmente afectados por la muerte. Al ser la muerte separación de alma y cuerpo, la muerte golpea a la persona. Es el hombre entero quien muere (aunque sobreviva el alma). La fe, la esperanza y la caridad nos muestran otra dimensión de la muerte. Su papel es decisivo. Solamente la fe puede descubrir en lo que parece ser el fin un comienzo, sólo la esperanza permite desplazar la angustia para dar paso a la serena confianza y sólo la caridad, siguiendo los pasos de Cristo, da el impulso necesario para transformar mi muerte en expresión de entrega total al Padre.'[1]
El cristiano cree que al morir Jesús le ocurrió algo a la muerte; de pronto cambió de rostro. La maldición pronunciada en el Génesis: "Ciertamente morirás" (Gn 2,17) se transformó en Buena Noticia: "Nosotros les anunciamos esta Buena Noticia... Dios ha resucitado a Jesús" (Hch 13,32‑34). La muerte, decían los Padres, se ha unido a Cristo, lo ha devorado como estaba acostumbrada a hacer con todos los hombres, pero no ha podido "digerirlo" porque en él estaba Dios y así ha quedado muerta. [2]
El cristiano debe compartir el saber que posee sobre la muerte. Tiene los ojos de la fe y de la esperanza que ven más allá de las apariencias. Sabe que la muerte es diferente de lo que parece ser; está seguro de que la resurrección, y no la muerte, es la última palabra sobre el hombre. Tiene el deber de hablar de la muerte para que el hombre reconozca en Dios, que lo ha creado mortal, no a un déspota del absurdo, sino un Padre que lo ha creado para la vida. Entremos juntos en este saber, que es un saber contemplativo. Conocimiento contemplativo que es una gracia. Gracia que hay que suplicar diariamente al Espíritu Santo. Que Él nos regale los ojos del enamorado. Conocimiento que implica saber percibir los signos. Que implica aprender a mirar. A mirar con amor; más allá de la muerte ya no habrá reflexión, ya no habrá ninguna acción; solo habrá visión.
"Si alguien nos preguntara ¿qué es seguro? ¿Tan seguro que pudiéramos entregarnos a ello a ciegas?... nuestra respuesta será: El amor de Jesucristo... La vida nos enseña que esta realidad suprema no son los hombres... no es siquiera Dios sencillamente... Sólo el amor de Jesucristo es seguro. No podemos decir siquiera el amor de Dios porque, a fin de cuentas, sólo por medio de Jesucristo sabemos que Dios nos ama... Sólo por Jesucristo sabemos a ciencia cierta que Dios nos ama y nos perdona”. [3]
El cristiano ¿ha eliminado de su vida cualquier miedo o angustia natural frente a la muerte? No; porque la superación no tiene lugar en el plano de la naturaleza sino de la fe. Jesús resucitado repite a cada uno de nosotros aquello que un día le dijo a Marta: "Yo soy la Resurrección y la vida. El que cree en mí aunque muera vivirá y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?" (Jn 11, 25‑26). Y nosotros, desde nuestra pobreza, respondemos temblando, con el padre del endemoniado epiléptico: "Creo, Señor, pero ayúdame porque tengo poca fe" (Mc 9, 24)
El acto de morir es siempre y necesariamente un acto de fe (explícita o implícita) o un acto de incredulidad. El incrédulo muere en la desesperada servidumbre del poder aniquilador de la muerte. Sin percibir el valor salvífico de la resurrección de Cristo, la muerte es para este hombre el vacío de ser y el total fracaso de la existencia. [4]
Cristo Resucitado constituye el fundamento de la esperanza cristiana; sin esta esperanza sería imposible llevar una vida cristiana: "Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes... Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente, para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos el primero de todos... " (1 Co 15,14. 19‑20)
La muerte cristiana no es un fin sino un tránsito. A1 igual que Cristo, el cristiano no muere para quedar muerto, sino para resucitar. La muerte, para el cristiano unido a Cristo, es un paso. Se sumerge en el misterio pascual PASCUA, paso, tránsito entre esta vida terrena y la Vida en plenitud.
Los hombres nunca han cesado de buscar remedios para la muerte. Existe un solo y verdadero remedio para la muerte: Jesucristo.
La muerte mística
"El amor es fuerte como la muerte" (Cant 8, 6)
Ese deseo místico de comunión con Cristo después de la muerte, que puede coexistir con el temor natural a ella, aparece en numerosas oportunidades en la tradición espiritual de la Iglesia, comenzando con las cartas paulinas y siguiendo en numerosos santos. Se basa en la esperanza de poseer al Señor por la muerte. La muerte se ve entonces como una puerta (Jn 10, 7) que conduce a la comunión con el Amado.
¿De dónde han tomado los santos esta extraordinaria serenidad frente a la muerte? De la fe, ciertamente. Pero además, de su amor por Jesucristo. [5] "Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús". (Flp 3,12‑13)
Sólo existe una única fuerza en el mundo capaz de hacer frente a la muerte. Lo que sueña el amor humano pero jamás consigue realizar: no ser ya dos sino uno, (Romeo y Julieta, Tristán e Isolda), lo obtiene Cristo por el Espíritu Santo.
En el Espíritu, el Padre es uno con el Hijo. El Espíritu Santo, que es el amor de Dios, permite que Jesús y sus discípulos "comulguen al morir". "...porque tengo la certeza que ni la muerte ni la vida... ni ninguna otra creatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 38‑39)
En ciertos santos, el amor por Cristo alcanza tal nivel como para ser incluso "más fuerte" que la muerte. Por eso en algunos de ellos encontramos expresiones de una hondura extraordinaria.
"Es bueno para mí morir en Cristo Jesús ". (San Ignacio de Antioquía) "Alabado seas tú, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar" (San Francisco de Asís) "¡Señor mío y Esposo mío, ya es llegada la hora deseada; tiempo es ya que nos veamos, Amado mío, y Señor mío!” (Santa Teresa de Jesús) "Muero porque no muero" (Santa Teresa de Jesús) "¿Si tengo miedo? ¿Cómo queréis que tenga miedo de alguien a quien amo tanto? ". "No muero, entro en la vida”. (Santa Teresa de Lisieux)
Pocos días antes de su muerte, Teilhard de Chardin escribía en su diario: "en las manos que han sido taladradas; en las manos que sólo se han abierto para acoger y para bendecir, en esas manos por las que pasa un amor tan grande es confortador entregar el espíritu”.
Para obtener este bien supremo hay que aceptar `perderlo todo " para ganar a Cristo y ser encontrado por Él. (Flp 3, 7‑8) En la total donación de mí mismo seré por fin capaz de una acogida total. Sólo la muerte puede desnudarnos. Librarnos de la máscara de la apariencia que no cesamos de ofrecer a los demás.
Ningún hombre puede cumplir plenamente en esta tierra el primero de los mandamientos: "Amarás con todo tu corazón ". "Este mandamiento no lo cumplirán los hombres entera y perfectamente más que en el cáelo; aquí abajo se lo cumple, pero de manera imperfecta”. [6]
Un margen de fracaso acompaña a todos nuestros esfuerzos; al no estar plenamente en posesión de nosotros mismos ¿Cómo podríamos darnos por entero? El don de sí es fragmentario, aunque deseamos que sea total. El hombre no es plenamente don de sí; puede ser bueno de corazón pero no es amor. Este fracaso intenta repararlo con el deseo de amor: comienza de nuevo, sin cesar, a amar, buscando su propia verdad, que es ser imagen de Dios, de un Dios que es amor.[7]
Ver a Dios y vivir son términos opuestos (Ex.33, 20). Para ver a Dios hay que morir, de donde se deduce que quienes han visto a Dios, han padecido alguna forma de muerte, si no física sí mística. Por eso los místicos son la realización anticipada, aunque aún parcial, de la futura plenitud beatífica. La muerte mística es, por tanto, la forma concreta que toma en cada creyente la pasión y la muerte de Cristo. Santa Teresa de Lisieux murió en un acto de amor. Sus últimas palabras fueron: "Dios mío, os amo”.[8] Pero hacía años que quería morir a fuerza de amar: "Deseo morir de amor".
Para el místico la vida es espera y la muerte es llegada; el vivir es una muerte y el morir es una vida. El amor consuma la existencia a la que sólo le falta el morir para hacer posible el encuentro definitivo con el amado. [9]
Es muy hermoso cómo el Padre Gera, con sencillez y hondura, expresa de qué modo el Cardenal Pironio le pide a la Virgen estar con Cristo después de la muerte:
"... nos expresábamos mutuamente que el hecho de estar en el último tramo de nuestra vida nos acercaba a Cristo. En realidad, Cristo está allí nomás, a un paso, y bastaría dar el simple paso de la muerte para encontrarlo, para verlo. ¡Ver a Cristo! ¡Estar con Cristo!... El Cardenal Pironio concluye su testamento expresando este deseo de ver a Cristo, pero expresándolo a través de una oración dirigida a María: « ¡Ave María! A Ella le pido: Al final de este destierro muéstranos el fruto bendito de tu vientre, Jesús»." [10]

Dimensión eclesiológica de la muerte.
La comunión de los santos
Cristo resucita como cabeza de una comunidad que forma Cuerpo con Él; resucita como esposo de la Iglesia; Él es la vid que no está separada de los sarmientos (Jn 15); en cada una de sus acciones actúa como cabeza de la Iglesia; con ella sale al encuentro de los hombres y los hace pasar la muerte.
El cristiano no muere solo, muere acompañado. Se muere en la Iglesia como se ha nacido en la Iglesia. "¡Al fin! Muero hija de la Iglesia" (Santa Teresa de Ávila). A1 revés que en el nacimiento de la tierra, donde la madre se separa del niño, la Iglesia alumbra acogiendo al moribundo en su seno.
La Iglesia considera a la muerte como el "dies natalis", el día del nacimiento, en el que Dios lleva a los suyos a la plenitud de su creación.[11] Desde esta tierra, y sin cesar, la Iglesia celebra esponsales unida a su Señor en un mismo Cuerpo, en la misma muerte y en la misma resurrección. Al final de la vida en la tierra, en el claro oscuro de la "medianoche", de improviso, como un ladrón, viene el Esposo. Se escucha un grito: "Ya viene el Esposo, salgan a recibirlo". (Mt 25, 6) "Vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén... embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo ". (Ap 21,2) "...Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó " (Ap 21, 4).
Ya en la tierra, el cristiano contribuye a suscitar la vida en los demás; porque estamos vinculados los unos a los otros en el Espíritu Santo, vivimos los unos para los otros y por los otros.[12] Todos somos responsables: cada uno de sí mismo y cada uno de todos. Por ello mientras vivimos estamos a merced del amor y desamor del prójimo; cuando morimos ya sólo nos alcanzan su amor, su oración y su ofrenda; este es el fundamento de la oración por el prójimo muerto. Los hombres estamos encomendados los unos a los otros. Los muertos quedan así encomendados a los vivos que, conscientes de su incapacidad para salvar al prójimo, le encomiendan a Dios.[13]
Es reconocido que los vivos pueden rezar por los muertos; pero, y los muertos ¿pueden cuidar de los vivos? ¿Podemos encomendarnos a ellos? Por supuesto. Nos encomendamos a los santos. Una vez que ellos participan de la vida de Dios, participan de su soberanía sobre el mundo y los hombres. Dios, por sus méritos y súplicas, responderá a la oración de quienes a ellos se encomienden. La Iglesia forma una unidad de destinos que abarca a los vivos y a los difuntos, a los que aún peregrinan hacia la meta y a los que ya llegaron a ella.
El hombre, además de sustancia en sí, es relación al otro; además de autonomía, es solidaridad. La verdad más honda es que Cristo ha muerto por nosotros. Por ello es posible morir con otro (con Cristo que nos precedió), morir con otros y por otros.
La solidaridad en que Dios ha creado a los hombres como hermanos, miembros del único Cuerpo de Cristo y solidarios de un destino común determinado por el tiempo pero precede y trasciende al tiempo, es el fundamento de la oración por los muertos, que desde siempre la Iglesia sostiene como sagrado. Por eso no tiene sentido la objeción ¿para qué rezar por los muertos sí ya han muerto y su vida está ya concluida en sí misma y juzgada por Dios? Se muere delante de Dios y es Dios quien concluye la vida. Dios, que crea el tiempo del hombre, está más allá del tiempo. Para Él todo es un eterno presente; prevé nuestras acciones y oraciones y las tiene en cuenta a la hora del juicio.
Lo que nos lleva a orar por los difuntos es la lúcida convicción humana de que todos los hombres somos solidarios y las afirmaciones bíblicas según las cuales cada uno es guardián de su prójimo. El único límite a la salvación del hombre es su propia voluntad que puede rechazarla, no el tiempo. La libertad humana puede contar con la gracia de Dios; pero ésta es don, regalo, hay que esperarla y responder con agradecimiento.
La Iglesia afirma que la comunión de los santos, es decir, la unión de los hermanos en Cristo, consistente en vínculos de caridad, no se interrumpe con la muerte y por el contrarío según la fe constante de la Iglesia esta unión se refuerza por el intercambio de bienes espirituales. [14]
En la tierra la comunión de los santos es limitada pues la gracia no puede desplegar toda su eficacia. En la muerte se abren los espacios al amor según la medida del deseo. Los santos viven hacia Dios y no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, nos cuidan y cuidan también nuestro peregrinar. En la cumbre de su amor, los santos tienen su corazón fijo en Dios y vuelto hacia la tierra: "Mi misión va a comenzar... Si el buen Dios escucha mis deseos, pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo ". "Sí, quiero pasar mi cielo haciendo bien en la tierra". [15]
¿Qué piden en su deseo eterno, sino que los hombres se salven y así Dios sea glorificado? Participan en la intercesión ininterrumpida de Cristo (Heb 7,25). En Él, los santos oran eternamente, merecen siempre la salvación de los demás en una medida que su vida en la tierra jamás ha podido alcanzar. La dicha de los bienaventurados es total, pero aumenta por la de los otros a los que asumen en su propia felicidad. El amor se complace en compartir su alegría. Al tomar conciencia que los bienaventurados rezan por nosotros, tenemos que tenerlos presentes como muy amigos y debemos invocarlos y apelar a sus oraciones, a su poder y a su ayuda para obtener gracias de parte de Dios Padre.
Esta invocación a los santos es un acto por el cual confiamos con esperanza en su caridad. Como Dios es la fuente de la que brota toda caridad, toda invocación a los santos es un reconocimiento de Dios en cuanto Él es el fundamento supremo de su amor para con nosotros.
¿Acaso mi alegría de hoy ha sido ganada por alguien a quien desconozco? ¿Mi lucha de esta tarde repercutirá tal vez en el progreso del mundo dentro de medio siglo? Los cristianos a eso lo llamamos "comunión de los santos". Porque creemos que nadie está solo. Que todos sostenemos a todos. Que el mundo es como un gran tapiz cuyo tejido completo sólo descubriremos al otro lado de la muerte”. [16]

Yo miro el envés del tapiz, Dios Padre ve el derecho. Entre todos los hombres hay un misterio de solidaridad. Solidaridad en el mal, solidaridad en el bien. "En aquel día pedirán y recibirán y su alegría será completa". (Jn 16,24) Aquel día de oración y escucha es el de la Pascua de Jesús. Él es en persona la `oración' eternamente escuchada. La Iglesia es invitada a entrar y permanecer en esta oración viva. Jesús es su templo y su oración (Jn 2, 19‑22). [17]
Visión pascual de la muerte
El cristiano sabe que el más allá no es un mero futuro, que la muerte es una dimensión actual de la existencia humana. La índole histórica del hombre, con su típica capacidad prospectiva, en virtud de la cual el futuro se hace intencionalmente presente, unida a su natural finitud, que le hace apto para morir en cualquier momento, otorga a la muerte un señalado carácter de inminencia. No basta considerarla como el evento final, porque su sombra se proyecta sobre la vida entera. En la unicidad de la vida humana se ve claramente su seriedad: la vida humana no puede repetirse: "Está establecido que los hombres mueran una sola vez, luego de lo cual hay juicio " (Hb 9, 27).
Mirar la vida desde el punto de observación de la muerte, proporciona una extraordinaria ayuda para vivir mejor. Así se advierte en la llamada de atención de Dios al hombre rico: "Insensato, esta misma noche vas a morir ¿Y para quién será lo que has amontonado?". (Lc 12, 20) La muerte despoja al hombre de todo tener, porque el tener limita el ser, tiende a encerrarlo en sí mismo. Hay que despojarse de todos los bagajes que obstaculizarán nuestra entrada por la puerta estrecha del Reino.
"Cuando muramos dejaremos aquí en la tierra lo que tenemos y nos llevaremos lo que dimos. Sólo son plenamente nuestras las cosas que hemos dado". [18]
En verdad, siempre estamos a un solo paso de la muerte. Su posibilidad está sobre nosotros en cualquier instante. (1 Sam 20, 3) En la muerte se realiza la más extraña combinación de dos opuestos: certidumbre e incertidumbre. Lo más cierto es 'que' será; lo más incierto es `cuando' será. "Velen, porque no saben ni el día ni la hora”. (Mt 25, 13)
Hay una frase de un ritual antiguo que dice: de la muerte súbita, líbrame, Señor, pero, ¿por qué? ¿Por qué nadie quiere morirse del corazón? No, porque a lo largo de toda la vida nos tenemos que ir preparando el cara a cara con Dios, para que la muerte no nos alcance de improviso. Si tenemos la certeza que esta es la realidad, que somos mortales, entonces ir entrenándonos en el amor. El cielo y el infierno se preparan acá, en esta tierra. En cada decisión, en cada acto estamos construyendo nuestro cielo o nuestro infierno.
Si a lo largo de todos los gestos y actos de nuestra vida nosotros intentamos entrar en comunión con los otros, entrar en el servicio, si de verdad tratamos de entregarnos en el amor, salir de nosotros para darnos, cuando nos encontremos cara a cara con el bien supremo, con la comunión plena, no vamos a hacer otra cosa que eso: salir de nosotros y entregarnos.
Si con los años sigo en mi beneficio egocéntrico, tratando de que todo viva de alguna manera para mi bien, cuando me encuentre con la comunión definitiva no voy a poder salir de mí, saltar, y eso es el infierno: rebotar sobre uno mismo por la eternidad.
Cuántas veces la gente dice: vivo en un infierno, porque está como metido para adentro
La Iglesia considera seriamente la libertad humana y la misericordia divina, La felicidad del cielo es la consumación de la amistad ofrecida gratuitamente por Cristo y libremente aceptada por el hombre.
La visión de Dios "cara a cara" debe comprenderse como una expresión de la amistad íntima: "El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo". (Ex 33, 11) Esta amistad consumada, implica la posibilidad existencial del rechazo. Todo lo que se acepta libremente puede ser rechazado libremente (2 Cor 5,10).
Cuando la Iglesia mantiene la posibilidad del infierno, está afirmando la condición sagrada e inviolable de la libertad del hombre que se puede ejercer incluso contra Dios. Y esa posibilidad de decir `no' a Dios es la posibilidad de quedarse para siempre sin Dios. Por su libertad el hombre tiene la posibilidad de no aceptar el amor de Dios con indiferencia por estar ocupado en otras cosas. El que elige así el rechazo, "no formará parte del Reino de Cristo y de Dios" (Ef 5, 5). La condena eterna consiste en el libre rechazo, hasta el fin, del amor y del perdón de Dios.
Con Dios el hombre lo tiene todo, está sano y salvo; sin Dios el hombre carece de lo más esencial, está sin salud y salvación. Una oquedad que nunca se llena es un vacío que eternamente se sufre. Dios es principio de inclusión y de oferta, nunca de exclusión. Si ésta resulta es porque el hombre se ha preferido a si mismo y Dios consiente su soledad. No es menor abismo la libertad del hombre que el misterio de Dios ¿Puede el hombre quedarse en eterna contradicción con su naturaleza? ¿Puede Dios que es Padre perder al hijo que ha creado por amor y para amar? ¿Puede la libertad humana prevalecer contra el designio divino de salvación? [19]
La resurrección ha tenido una palabra superior y posterior a la muerte. La salvación ya ha sido otorgada a este mundo; y nada hay, que nos pueda acongojar, superior al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Un cristianismo obsesionado por el Cristo juez, olvidando el Crucificado y Resucitado por nosotros y por nuestros pecados, ha perdido sus entrañas. El amor y el perdón son la máxima exigencia. "Quien me va a juzgar es mi Amado”. (Santa Teresa de Ávila)
Cuando la Iglesia reza por la salvación de todos, en realidad reza por la conversión de todos los hombres que viven. Gracias al Evangelio sabemos que la misericordia de Dios es más tozuda que la dureza del pecado del hombre. Para esto necesitamos al Espíritu Santo. En los cristianos, hay un impulso de amor puesto por el Espíritu Santo en el bautismo: "Únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que murmura y me dice: ven al Padre”. (San Ignacio de Antioquía) ¿Qué es esta agua viva? Es el Espíritu de Jesús, el Espíritu del "Hijo", quien habla de este modo en nosotros. Jesús murió por amor y ahora nos anima a seguirlo sin temor. [20]
Aparentemente con la muerte el hombre disgrega su ser. En realidad, se da a luz, adquiere su identidad. Al morir hacia Cristo, muere hacia si mismo. La muerte se prepara amando. "...Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin " (Jn 13, 1).
"Hacer de la muerte una entrega, un don. Hacer de la muerte un diálogo: de entrega y recepción. No morirse sólo en sí y para sí mismo... Cuando estuvo por morir, (el Cardenal Pironio) la vida recibida y entregada se ha vuelto vida esperada". [21]
Para conocerme espero mi pleno nacimiento. Conoceré mi nombre de eternidad (Ap 2, 17) tal como Dios lo pronuncia, y dejaré de ser un enigma para mí. Ese nombre de hijo de Dios lo recibiré con alegría; será de amor y de misericordia. Un nombre escrito con la sangre de la cruz y la luz de la resurrección. "No temas, porque Yo te he redimido, te he llamado por tu nombre, eres mío... Porque tú eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te amo... " (Is 43, 1 b.4a)
La muerte es fin de la peregrinación. El hombre llega a su casa, a su hogar. Cuando "esta tienda en la que habitamos en la tierra se destruya", lograremos una morada mucho mejor. (2 Cor 5, 1‑3)
En apariencia, la muerte es la ruptura de toda relación; y lo es realmente para el hombre al que el pecado separa de Dios y del prójimo. Pero en Cristo es el acto supremo de la libertad: "nadie me quita la vida, sino que la doy por mí mismo" (Jn 10, 18), y la entrada en la plena comunión... Jesús, en el Evangelio de Juan, no cesa de repetir: "Voy a mi Padre" (Jn 14, 12‑28; 16, 28).
Hay un texto en el Génesis que me gusta mucho: es la lucha de Jacob toda la noche con un hombre desconocido que lo hiere dejándole su marca para siempre, pero que, al final, cuando despunta el alba, Jacob logra que lo bendiga. (Gen 32, 24‑31) Para los místicos este pasaje simboliza la lucha del hombre orante con Dios. A mí me sugiere mucho el "combate" del agonizante hasta abandonarse en los brazos de Dios.
La muerte, para el cristiano, es identificarse con la muerte de Cristo como Pascua: no como término sino como entrega amorosa en los brazos del Padre; no como disgregación, como un disolverse la existencia en una nada oscura, sino como entrega en el amor, como don: "Nadie me quita la vida, yo la doy por mi mismo, tengo el poder de darla y el poder de recobrarla" (Jn 10, 18). Toda la vida cristiana se inserta en la dinámica del grano de trigo: sólo es fecundo el que da fruto muriendo (Jn 12, 24‑25). Por eso el cristiano concibe la propia vida como ofrenda: "No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos" (Jn 15, 13).
La muerte no se improvisa, es la culminación de una vida que se concibe recibida como regalo por parte de Dios, que se tiene que ir entregando, siendo en esa entrega don para los demás: "en esto hemos conocido el amor, en que Él entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos" (1 Jn 3, 16); así también, en el momento de la muerte, toda vida se hará, en Jesús, ofrenda al Padre.
Por eso para el cristiano, que ha intentado vivir su vida en el seguimiento de Cristo conforme a su propuesta: "el que quiere ser mi discípulo que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?":(Mt 16, 24‑26), la esperanza es la certeza de que Dios puede sacar bien del mal, luz de la oscuridad, vida de la muerte. Es lo que dice el libro del Eclesiástico: "Hijo mío, cuando te acerques a servir al Señor, prepárate para la prueba.. Pégate a Él, no lo sueltes, y al final serás enaltecido... confía en Él y Él vendrá en tu ayuda" (Sir 2, 1‑6). Decía Bonhoeffer. "Creo que Dios puede sacar bien del mal y que, de hecho, lo hace ... Creo que Dios nos da a todos la fuerza necesaria para resistir en momentos de aflicción. Pero nunca nos la da por anticipado, para que no confiemos en nosotros mismos, sino sólo en Él. [22]
La fe funda la esperanza y el amor la acrecienta. Sin la fe y sin la caridad, la esperanza no podría crecer ni perdurar. Sólo esperamos aquello en que creemos y sólo nos confiamos a aquello que amamos. La Cruz del Resucitado es el signo del amor victorioso sobre la muerte y, por lo tanto, el signo de la esperanza absoluta. El sujeto de la esperanza es el hombre entero como persona, es decir, como individuo religado a su prójimo y a su comunidad, La esperanza es inseparable del amor solidario; cada hombre espera con los otros, en comunidad, donde cada uno es responsable de los demás. Tiene que ejercer la esperanza como Cristo, dando su vida por la redención de muchos (Mc 10, 45). "La esperanza nos ha sido dada para los desesperados" (H. Marcuse).[23] Si la raíz de la desesperanza es el rechazo o renuncia al prójimo, la raíz absoluta de la esperanza es el consentimiento y amor al Prójimo Absoluto. [24]
Creo que los que padecen una larga enfermedad que culmina en la muerte, como todo pobre, se identifican con Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección y, por lo tanto, son bendecidos de manera especial, como Jacob, por un Dios que ama a los pobres y a los desamparados, y luchan con Él hasta el amanecer. Entonces, después de haber visto a Dios cara a cara, salen heridos, pero sabiendo en lo más profundo de sus entrañas que Dios los ama, que su mundo es tierra sagrada y que la muerte, cuando llega, es el principio, no el final. [25]
"Dios no puede engañarnos. Y nosotros... los que acudimos a Él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece Esta esperanza que nosotros tenemos, es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor" (Hb 6, 18‑20). En Él, que nos ha precedido, nos apoyamos, nos miramos y nos confiamos; todavía no vemos lo que esperamos, pero somos el cuerpo de aquella Cabeza, cuyos ojos ya ven y en la que ya está consumada nuestra esperanza. [26]
III- Comunión entre nosotros: Testigos del Amor
Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, nuestro programa pastoral se inspirará en el mandamiento nuevo: (N° 42 N.M.I.)
"Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros. “(Jn 13, 34‑35)
La última parte es la comunión entre nosotros que la anuncia el Papa en el número 42, en el capítulo IV: Testigos del amor. El número 42 comienza con el texto de Jn 13: después de lavatorio de los pies, Jn 13, 34-35. Judas se había ido, se había ido para la traición. No puede haber nadie solo, lo único que puede hacer el hombre solo es pecar. Jesús le dice a Judas: lo que tengas que hacer hazlo pronto. Judas se levanta, se va y Juan dice hermosamente: Era de noche. ¡Impresionante! Y entonces Jesús comienza diciendo esto: Les doy un mandamiento nuevo. Ámense los unos a los otros, en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tienen los unos a los otros, como yo los he amado a ustedes.
Y acá nos mató Jesús, porque puso la credibilidad de la Iglesia en nuestro trato personal. La gente va a creer en la Iglesia en la medida de cómo nosotros, los cristianos, nos tratemos entre nosotros. Y por eso, porque es el distintivo del cristiano: vos sos cristiano de acuerdo si amás como Jesús ama, por eso el diablo siempre pone la cola en esto. Diablo viene del griego diabole que significa, el que separa, el que divide y por eso continuamente el diablo trata de emplear la murmuración para dividir. ¿Y quién no critica en nuestras comunidades? Que cada uno que trabaja en un Colegio católico piense en la mañana del lunes, piense, nada más.
Cuántas veces los maridos de mis voluntarias en el hospital me dicen más o menos así: "A Misa no voy padre porque un tiempo fui, me arrastró mi patrona, me hacía bien, pero después empecé a ver cómo se trataban entre los de ahí adentro y... vio... me quedo haciendo el asadito, esperando a la señora... pero yo trato de hacer el bien".
Después de 2000 años de Iglesia mucha gente dice: no, cristiano no, mirá cómo se tratan. Hemos cambiado el mensaje primero. A veces pensamos que unidad es uniformidad. Y comunión es unidad en la diferencia, en la complementariedad, en la diversidad, en donde cada uno pone lo suyo y todos formamos el Cuerpo de Jesús, que es la Cabeza.
Y este es el gran tema, si somos de verdad agentes de comunión del Espíritu Santo, si intentamos ser unidos en la diversidad en donde cada uno pone su talento y sobre todo lo frágil que tiene. Entonces, ¿somos agentes del Espíritu Santo, de la comunión o somos agentes de división, del Diablo, que divide continuamente? Les leo un texto muy hermoso de Vanier sobre esto:
"Una comunidad se construye como una casa, con piedras de distintos tipos. Pero ¿qué es lo que mantiene a las piedras juntas? El cemento, que está formado de arena y cal; la arena y la cal son elementos muy frágiles, una sola corriente de aire, un viento fuerte los puede hacer volar. Así son las comunidades; lo que une a una comunidad, nuestro cemento, está hecho con lo que en nosotros es más pobre y más frágil.
La unidad se forma desde la fragilidad, desde aceptar que el otro es frágil y para eso es necesario reconocerse uno también frágil y vulnerable. La unidad se forma desde la realidad de fragilidad, debilidad y pecado; desde la herida que cada uno tiene y que se va aceptado y complementando. Porque Jesús no eligió a los Doce como una comunidad de perfectos.
A mi me gusta tanto leer el Evangelio porque es tan humano, se muestra tantas veces el cansancio de Jesús: "Generación incrédula... ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?” (Mc 9,19)
Santa Teresita nos mostró que la santidad viene de la fragilidad y de la pequeñez.
Por eso nuestro Dios se revela en la impotencia. ¿Vieron?, Jesús rompe absolutamente todas las imágenes que tenemos de Dios. Porque el concepto de Dios es el Dios que puede, el Dios poderoso. Dios se revela en Jesús en el no poder, en el descender, en la pequeñez y nosotros tenemos que ser imagen y semejanza de Jesús.
Para el cristiano, el santo es el hombre frágil, humano, con un montón de defectos, pero que se abre totalmente al Espíritu Santo: se deja penetrar por Él y ama con el corazón de Jesús.
Hay que aceptar el defecto del otro como el otro tiene que aceptar mi propio defecto.
Hay que respetarnos. El gran enemigo de la comunidad es la murmuración, es la lengua desatada. Con la excusa de decir la verdad, destruyo y descuero al otro.Como decía Juan XXIII: "La verdad sin caridad no es verdad"
Todos tenemos derecho a nuestra buena fama: la difamación es un pecado. Me parece que este es el gran enemigo hoy de la Iglesia de Buenos Aires, porque vivimos criticándonos unos a otros.
Hoy es un momento privilegiado del Espíritu, en donde el Espíritu Santo a ustedes, los laicos, se da de una manera especial.
Hoy todos estamos de acuerdo que el mal está desatado; el mal está desatado de verdad; pero por eso el Espíritu santo, la Virgen en especial, todo el mundo sobrenatural también está desatados, están absolutamente desatados; lo que pasa es que lo que tiene el mal es que siempre tiene mucha prensa.
Normalmente el bien es mucho más oculto; va desde lo profundo y, justamente como el "humus", como las raíces, va desde abajo.
De verdad tenemos que creer que hoy es un tiempo privilegiado del Espíritu; nosotros, por lo tanto, tenemos que ser instrumentos del Espíritu Santo; es decir, agentes de comunión; no instrumentos del diablo: divisores, que rompen la unidad.
Por eso no hay que buscar la comunidad ideal; se trata de amar a los que Dios ha puesto a nuestro lado hoy; nosotros seguro que hubiéramos elegido personas distintas; como los hermanos: uno elige a los amigos pero no a los parientes, y bueno, las comunidades son como las familias, como hermanos: nosotros a lo mejor hubiéramos elegido otros pero Dios no pide ser amigos, nos pide amar, si no sería imposible amar al enemigo. Dios no nos dice que al que me ofende yo lo haga mi amigo íntimo. Dios lo que me pide, Jesús lo que me pide en el Evangelio es que ame, es decir que decida con voluntad buscar el bien, hacer el bien, porque el amor en primer lugar más que un sentimiento es una decisión de la voluntad, aunque no haya gusto, es decidirse a buscar el bien del otro con voluntad y por eso uno puede amar al enemigo aunque esté muy herido, uno puede estar muy herido; y tener mucha bronca, y sobre todo, más que bronca dolor; dolor sobre todo por una herida infligida, pero sin embargo decidirse a no hacer el mal y hacer el bien al otro. Y eso se puede.
Más que la perfección y el sacrificio, el fundamento de la vida en común es la humildad y la confianza mutua, y esto me parece que sirve para toda relación de amor; uno puede, a lo mejor, hacer mucho sacrificio, pero lo importante es tratar de ser humilde y tener confianza. ¿Saben por qué el amor hoy está muy enfermo? ¿Por qué cuesta tanto amar? Porque estamos en una época de gran desconfianza, nos falta confiar. La confianza es el fundamento del amor; no se puede amar si uno no confía, y esto pasa en las relaciones, desde la relación varón mujer, conyugal, hasta la relación con los hijos; y se trasmite a todo.
Hoy estamos todos como desconfiando. Nos imponen, y de verdad es real, como primer valor la seguridad; entonces hay que tomarse la cartera en todos lados y estar continuamente atentos, gruñendo, poniendo cara de malo porque a ver si el que me pide limosna al lado, a lo mejor saca un revolver y me asalta; y entonces vivimos en la gran desconfianza de todos; y por eso vivimos tristes. El hombre que confía es el hombre que tiene libertad interior porque cree, de verdad, que estamos en las manos de Dios y, por eso, nos falta tanto la esencia de la vida espiritual, que es el abandono en Dios. Si yo no confío en el plano humano, cómo voy a confiar en Dios, cómo me voy a abandonar a Él. Si yo estoy continuamente con los puños apretados y tratando de no ser vulnerable, de qué manera me voy a abandonar en Dios; y por eso tenemos que pedir hoy más que nunca la gracia de la confianza en Dios y el abandono. A mí me gusta mucho una frase de Nouwen que dice que en el guerrero hay dos momentos en donde es más vulnerable: cuando deja sus armas al costado, en el momento de la comida, y en el momento en que duerme; ¿no es cierto?: la mesa y la cama; y podemos decir la cama conyugal; es el lugar en el que uno debería estar más vulnerable, y a veces, paradójicamente, en esta, nuestra sociedad, es el lugar de la mayor herida. Uno nunca termina de bajar las armas y, por eso, es muy importante crecer en esto: la confianza.
La gran conversión es cambiar la mirada, no mirarse tanto uno y lo que le falta, las carencias, si no mirar a Dios y el amor que nos tiene, porque eso siempre es la fuente de gozo. Si continuamente nos miramos a nosotros y a lo que nos falta, siempre vivimos tristes, porque siempre nos va a faltar algo, siempre vamos a ser carentes. Pero si lo miramos a Dios, Él nos va a dar seguridad y siempre vamos a tener alegría; porque Él es la plenitud del amor y del gozo. Esta es la primera conversión
Dos frases de Carlos de Foucauld, patrono de esta jornada y que me gustan mucho para terminar:
Volvamos al Evangelio, sólo una cosa es necesaria: amar a Jesús. Poner nuestros pasos en sus pasos, pensar sus pensamientos, decir sus palabras, realizar sus obras
Y la otra frase que es de él, pero que le oyó muchas veces a su confesor, el Padre Huvelin:
Jesús eligió de tal manera el último lugar que nunca, nadie, podrá quitárselo.


Anexo
Consignas para el trabajo en grupos:
1. En mi tarea catequística ¿en qué rostros veo el rostro del Cristo doliente y en qué rostros el del Resucitado?
2. Pongamos en común experiencias pascuales: en dónde desde una situación de dolor o muerte experimentamos la vida, el paso de Dios.
3. En mi comunidad ¿en qué caso concreto somos agentes de división y en qué caso agentes de comunión?


La más alta actividad del hombre y su madurez... consiste en la aceptación humilde y alegre de lo que es, de todo lo que es.
La profundidad de un hombre está en su poder de acogida.
Pienso que es difícil aceptar la realidad; y, a decir verdad, ningún hombre la acepta nunca totalmente ...
... no nos queda más que esta sola realidad desmesurada. Dios es.
El hombre que acepta esta realidad y que se goza hasta el fondo de ella ha encontrado la paz. Dios es y eso basta...
Sólo el hombre que acepta a Dios de esta manera es capaz de aceptarse verdaderamente a sí mismo...
Pero en el mundo ‑contestó Tancredo‑ están también la falta y el mal... Desgraciados de nosotros si, por nuestro silencio o nuestra inacción, los malos se endurecen en su malicia y triunfan.
‑Es verdad; no tenemos derecho a permanecer indiferentes ante el mal y el pecado respondió Francisco‑, pero tampoco debemos irritarnos y turbarnos...
Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer.
El Todopoderoso es también el más dulce de los seres, el más paciente...
‑ Pero ¿por dónde comenzar?, padre, dímelo ‑preguntó Tancredo
‑ La cosa más urgente ‑dijo Francisco‑ es desear tener el Espíritu del Señor. Sólo Él puede hacernos buenos, profundamente buenos; con una bondad que es una sola cosa con nuestro ser más profundo.
‑ El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres. Pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres?
Mira, evangelizar a un hombre es decirle: "Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús". Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que despierte así a una nueva conciencia de si...
"El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el rostro de Dios...
Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que los haga sentir amados de Dios y salvados en Jesucristo."
Eloi Lecrerc, Sabiduría de un Pobre,Pág. 160 –164


[1] J. L. RUIZ DE LA PEÑA, “La otra dimensión: escatología cristiana", Eapsa, Mensajero, Razón y Fe, Sal Terrae, Madríd, 1980, 310-314.

[2] R. CANTALAMESA, "Hermana muerte ", Edicef, Valencia, 1992, 18.
[3] R. GUARDINI, “El SeñorII”", citado por O. GONZALEZ DE CARDEDAL, “Madre y Muerte", Sígueme, Salamanca, 1994, 133.
[4] J. L. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit, 315.

[5] Cfr, F. X. DURRWELL, "Cristo, el hombre y la muerte ", op. cít, 46‑47.

[6] Sto. TOMÁS de AQUINO. S. Th. II II. q 44 a. 6
[7] F. X. DURRWELL, op. cit. 48‑52.
[8] TERESA DE LISIEUX, "Obras Completas ", "Cuaderno amarillo. Últimas conversaciones ", Septiembre, 30, 9, Monte Carmelo, Burgos, 19754, 1445.
[9] O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, op. cit, 181.
[10] L. GERA" "Homilía en la Misa por el Cardenal Eduardo Pironio " Pastores 11, (1998), 57. II F. X.
[11] DURRWELL, op. cit, 72‑73.
[12] F. X. DURRWELL, op. cit, 76.
[13] Cfr, O, GONZALEZ DE CARDEDAL, op. cit, 121‑125, 129‑130.

[14] Cfr, LG 49.
[15] SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS, "Cuaderno amarillo, últimas conversaciones", Julio 17.7, ("Obras Completas"), Monte Carmelo, Burgos, 19754, 1326.

[16] J. L. MARTIN DESCALZO, "Razones desde la otra orilla ", Atenas, Madrid, 1991, 164.
[17] F. X. DURRWELL, op, cit, 76‑77, 1.6.49.
[18] MAMERTO MENAPACE, “Madera Verde”, Patria Grande, Buenos Aires, 1986,
348.

[19] Cfr. O. GONZALEZ DE CARDEDAL, op. cit, 223‑228.

[20] F. V. DURRWELL, op. cit. 53. 56‑59.
[21] L. GERA, " Homilía en la Misa por el Cardenal Eduardo Pironio ", Pastores 11, (1998), 56.

[22] D. BONHOEFFER, "Resistencia y Sumisión", Sígueme, Salamanca, 1983, Citado por S. CASSIDY en "Luz en el valle de las sombras", Sal Terrae, Santander, 1996, 97.

[23] O.GONZALEZ de CARDEDAL, "Raíz de la esperanza", Sígueme, Salamanca, 1995, 518, nota 31.
[24] O.GONZALEZ de CARDEDAL, lb. 517.519.

[25] S. CASSIDY, "Luz en el valle de las sombras", Sal Terrae, Santander, 1996, 101.
[26] O. GONZALEZ de CARDEDAL, op. cit. 523.

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