lunes, abril 24, 2006

Comunidad Virtusl enviado por el (PbroCote Quijano)

Un nuevo hombre para una nueva comunidad



I. La cultura comunicacional como escenario

II. Hacia la comunión en la cultura comunicacional

III. El espacio virtual en la cultura comunicacional

IV. El espacio virtual: ¿un lugar para la Catequesis?

V. Un espacio eclesial en el espacio virtual

VI. Los animadores de la comunidad virtual

VII. Discípulos de Jesús en las comunidades eclesiales virtuales

VIII. Una propuesta virtual: la formación superior de catequistas




Un nuevo hombre para una nueva comunidad



La sección de Catequesis del CELAM se ha propuesto contribuir a la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, proponiendo caminos que ayuden a formar auténticos misioneros, para que la Educación en la Fe en nuestro Continente sea evangélica, eficiente y eficaz.

En sintonía con este propósito, queremos hacer llegar a los participantes del Seminario “Caminos para formar discípulos” este aporte del Instituto Superior de Catequesis Argentino, que recoge la experiencia y la reflexión de sus miembros acerca de la formación de catequistas en los actuales contextos eclesiales y culturales.


I. La cultura comunicacional como escenario[1]

Diversas disciplinas toman hoy la metáfora del “escenario” para definir y describir contextos plenos de significados y de factores causales. Allí las personas viven, los hechos ocurren y se desarrollan los procesos.

En este sentido, la cultura comunicacional [2] es un escenario en el cual la Catequesis vive el desafío de comunicar hoy lo que Dios nos ha revelado. Esta cultura constituye un sistema hegemónico en el cual prevalecen los medios de comunicación social y los nuevos medios electrónicos. No nos referimos aquí a la comunicación como mero canal o como simple herramienta, sino que estamos expresando nuestra concepción de comunicación como cultura.

En este escenario, al igual que en el campo de la parábola, se hallan mezclados el trigo y la cizaña.[3] Lecturas encontradas y muchas veces irreconciliables han puesto, alternativamente, el acento en uno o en otro aspecto. Los cambios vertiginosos, propios del cambio epocal en el cual se desarrolla esta cultura, no contribuyen a una reflexión integrada ni a un discernimiento profundo acerca de lo que ella proporciona.

Los medios de comunicación y las nuevas tecnologías han puesto todo hacia fuera. Como en una gran vidriera, en la cual todo se muestra. La interioridad de la persona y hasta su misma conciencia quedan, a veces, tristemente a merced de los criterios de moda que esos mismos medios difunden. Todo se muestra relativo al tiempo y a la sociedad. Se niega la universalidad de los valores y el subjetivismo reinante avala la existencia de muchas verdades.

La fragmentación del lenguaje, promovida por nuevas formas de comunicación, en las cuales todo debe ser dicho rápidamente, y el advenimiento de una nueva sintaxis que favorece la distorsión y el vaciamiento de los significados, se asocian a la fragmentación del pensamiento y de la cultura en sí misma. Nos hemos quedado en una morfología sin palabra, sin logos…

La paradoja de la soledad y de la incomunicación en la cultura comunicacional es un hecho evidente y un concepto reiterado acerca del cual ya muchos han hablado. El vacío existencial, que ningún bien material ha logrado llenar, parece ser un rasgo repetido en el hombre de hoy, quien se manifiesta relegado a un lugar de insatisfacción permanente y a una nostalgia de la realidad consistente como continente seguro de su vida.

Perdido en el sin - sentido y en la confusa búsqueda de algún puerto seguro, el hombre de este tiempo se ha quedado sin horizonte, sin Padre y sin fe… ¿Cuáles habrán sido aquellos factores causales que lo llevaron a negar su propia naturaleza? Siendo un ser contingente, necesitado de Dios y llamado a salir de sí mismo para ir al encuentro de los otros y del Otro, ¿cuáles habrán sido las razones más profundas capaces de encerrarlo en el descreimiento, la desesperanza y el egoísmo?

En el escenario que describimos la experiencia religiosa ha quedado reducida a una propuesta poco significativa. La religión ocupa sólo uno de los escaparates de la gran vidriera, perdida y mezclada con las más diversas y disonantes propuestas. A veces aparece, por acción de los medios de comunicación, como un producto vistoso, pero tristemente fugaz y, muchas veces, se recurre a él con una actitud mercantilista e infantil, sin compromiso alguno.

La religiosidad del hombre que vive en este escenario ha recorrido, en los últimos años, un frustrante proceso que lo ha llevado del ateísmo práctico a la indiferencia religiosa o a un fundamentalismo exacerbado traducido en violencia y en intentos autoritarios de restauración.

Últimamente asistimos, también, a una actitud bastante generalizada de agresión hacia lo religioso. La crisis global de las instituciones y de su contenido axiológico está emparentada con estas agresiones y los medios de comunicación no contribuyen a una clarificación. Muy por el contrario, en la búsqueda de la primicia, ellos mismos provocan la agresión.

Pero también hay trigo en el campo de la cultura comunicacional. Oculto entre la cizaña corre el riesgo de no ser descubierto. Estamos expuestos al peligro de la ignorancia, el pesimismo y la indiferencia.

Sin percibir las semillas del Verbo diseminadas en esta cultura y sin aprovechar las todavía impensadas posibilidades que ella ofrece; podemos llegar a ignorar que, a pesar de sus rasgos inequívocos de deshumanización y descristianización, ella presenta, al mismo tiempo, valores fundamentales que piden ser explicitados y encarnados en la vida de las personas.


II. Hacia la comunión en la cultura comunicacional

El individualismo, la soledad sin límites y la incomunicación tienen su contrapartida, en el tiempo actual, en la búsqueda de auténticas experiencias de comunidad y de comunión. Experiencias que, a través del encuentro, permitan a las personas sentirse aceptadas, valoradas y partícipes de la solidaridad, la justicia y el bien común.

Nosotros creemos que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y los medios de comunicación social, en general, pueden contribuir significativamente a la comunión. Nos acercan al extranjero, al que piensa distinto, al diferente. Ellos entran a nuestra casa “en simultáneo”, invitándonos permanentemente a la hospitalidad y al discernimiento.

Afirmamos, por lo tanto, que esta cultura no ha sido todavía desplegada en toda su potencialidad y que el Evangelio no la ha penetrado en su toda su hondura. Toda ella nos interpela a la búsqueda de caminos para formar verdaderos discípulos de Jesús en los modernos aerópagos que la habitan.








III. El espacio virtual en la cultura comunicacional

Ya hace treinta años, los Obispos de Latinoamérica reunidos en Puebla definieron así el concepto de cultura[4]: El modo particular como, en un pueblo, los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que puedan llegar a «un nivel verdadera y plenamente humano» (GS 53a). Es «el estilo de vida común» (GS 53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de «pluralidad de culturas» (GS 53c).
Y también expresaron[5]: Siempre sometidas a nuevos desarrollos, al recíproco encuentro e interpretación, las culturas pasan, en su proceso histórico, por períodos en que se ven desafiadas por nuevos valores o desvalores, por la necesidad de realización de nuevas síntesis vitales. La Iglesia se siente llamada a estar presente con el Evangelio, particularmente en los períodos en que decaen y mueren viejas formas según las cuales el hombre ha organizado sus valores y su convivencia, para dar lugar a nuevas síntesis. Es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento y no cuando ya están crecidas y estabilizadas. Éste es el actual desafío global que enfrenta la Iglesia, ya que «se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana» (GS 54). Por esto, la Iglesia latinoamericana busca dar un nuevo impulso a la evangelización de nuestro Continente.
Los Obispos de la IIIª Conferencia Latinoamericana no se refirieron a la cultura comunicacional ni al espacio virtual, pero se identificaron con los padres conciliares cuando afirmaron proféticamente que «se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana»[6].
Es, precisamente, esta nueva época ya instalada entre nosotros con un dinamismo inusitado que le ha ganado la denominación de “cambio epocal”; la que nos convoca a pensar y a pronunciarnos acerca de aquello mismo que, desde hace tiempo, estamos viviendo.
Primero se vive y, luego, se reflexiona acerca de lo vivido[7]. Este principio puede aplicarse con legitimidad a la reflexión acerca del espacio virtual, pero el peligro que nos acosa, en esta secuencia, es no llegar a pronunciarnos, no llegar a hacer y expresar la teoría sobre lo vivido. Porque, rápidamente, en lo vivido se producen otras realidades que invitan a una nueva reflexión.
Como muy bien, nos dijeron los Obispos de Puebla, “es mejor evangelizar las nuevas formas culturales en su mismo nacimiento”[8]. El espacio virtual es una forma cultural innegable. Está instalado entre nosotros y nos convoca a…
ü reconocernos dentro de él. No somos extranjeros en este “tiempo”,
ü contemplarlo para conocerlo,
ü reflexionar acerca de él, para pronunciarnos en teorías que lo expresen integralmente,
ü evangelizarlo, reconociendo en él un elemento cultural altamente influyente y muy representativo de la cultura comunicacional,
ü realizar nuevas síntesis vitales que permitan formas de evangelización acordes a las nuevas formas culturales.
Reconocemos en el espacio virtual un elemento cultural que se constituye en un reclamo a la Nueva Evangelización[9] y, al mismo tiempo, vemos en él un verdadero y nuevo aerópago desde el cual es posible evangelizar.
Este espacio, como elemento constitutivo de la cultura comunicacional, ha recibido, como ella misma lo ha hecho, lecturas diversas y raramente integradas.
En ellas han prevalecido, la mayoría de las veces, los aspectos negativos que pueden sintetizarse, fundamentalmente, en estas dos posturas.
- Banalización del espacio virtual: es la lectura de los que consideran que toda propuesta que utiliza este espacio es superficial, con más anclaje en lo vistoso y fugaz que en lo profundo y duradero. Mientras tanto, viven como si el espacio no existiera o como si sólo lo utilizaran algunos pocos a los que no vale la pena tener en cuenta. Ignoran su existencia y se mantienen en la rutina de antiguas prácticas, con la seguridad de que darán resultado porque responden a la justificación del “siempre se hizo así.”
- Demonización del espacio virtual: es la lectura de los que ponen el origen de muchos de los males actuales en la existencia de este espacio. Esto los lleva no tanto a ignorarlo, sino más bien a oponerse tenazmente a él. Se niegan a conocerlo y a explorarlo, o sólo lo conocen para criticarlo o para estar prevenidos ante los peligros que él, eventualmente, conlleva.
A pesar de estas actitudes, diversos ámbitos recurren a este espacio con mayor o menor frecuencia y con mejores o peores resultados: la educación, la empresa, el periodismo, el comercio, las comunicaciones, la Iglesia Católica y otras Iglesias y grupos religiosos, entre otros.

IV. El espacio virtual: ¿un lugar para la Catequesis?
Esta pregunta, deviene de la constatación que hacíamos en el párrafo anterior. Si diversos ámbitos han encontrado ya un sitio en el espacio virtual, es legítimo preguntarnos…
ü ¿es este espacio un lugar para la Catequesis?
ü ¿es posible impulsar el discipulado a través de este medio?
ü ¿es un ámbito pertinente para la formación de catequistas?
Antes de continuar avanzando en nuestro razonamiento, será conveniente precisar un modelo catequético de referencia. No es posible contestar estas preguntas sin antes haber explicitado a qué Catequesis nos referimos.
Para ello, fundamentándonos en el DGC que concibe a la comunidad como fuente, lugar y meta de la Catequesis y como el lugar que cuida la formación de sus miembros, acogiéndolos como familia de Dios[10]; situamos nuestro modelo catequético a la luz del signo eclesial de la koinonía.
Lejos del modelo tridentino, que la concibe como enseñanza doctrinal; la Catequesis es una acción esencialmente eclesial. El verdadero sujeto de la Catequesis es la Iglesia que, como continuadora de la misión de Jesucristo Maestro y animada por el Espíritu, ha sido enviada para ser maestra de la fe… Ella transmite la fe que ella misma vive… y lo hace de forma activa, la siembra en el corazón de los catecúmenos y de los catequizandos para que fecunde sus experiencias más hondas…[11] Es, por lo tanto, un servicio eclesial al crecimiento de la fe, articulándose orgánicamente con las otras funciones eclesiales y con las otras tareas del Ministerio de la Palabra, al cual ella misma pertenece.
Entonces, cualquier lugar catequístico ha de ser esencialmente un lugar eclesial. No hay Catequesis posible sin comunidad eclesial. La Catequesis es una acción de la Iglesia, aunque, en este sentido, la prioridad corresponde siempre a la Iglesia particular.[12]
La clave para dar una respuesta afirmativa a las preguntas que nos hacíamos al inicio de este apartado queda, entonces, determinada por la eventual posibilidad de construir un espacio eclesial en el espacio virtual.

V. Un espacio eclesial en el espacio virtual
La comunidad cristiana es la realización histórica del don de la comunión (koinonía), que es un fruto del Espíritu Santo. La ‘comunión’ expresa el núcleo profundo de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, que constituyen la comunidad cristiana referencial. Ésta se hace cercana y se visibiliza en la rica variedad de las comunidades cristianas inmediatas…[13]
La comunión es, por lo tanto, el rasgo por excelencia de una auténtica comunidad eclesial. Don del Espíritu Santo y reflejo de la comunión trinitaria. Sólo si el espacio virtual admite la conformación de una comunidad con este talante, estamos en condiciones de afirmar su eclesialidad y su potencialidad catequística.
Cualquier comunidad, sea eclesial o no, se diferencia de una mera asociación porque en la comunidad las personas no valen por su productividad; sino por lo que ellas son. El valor de cada miembro de la comunidad cristiana se funda en la dignidad de ser hijo de Dios. Su singularidad lo define como único e irrepetible, con carismas y capacidades personales valiosas y necesarias para la construcción del Reino en esa comunidad.
Nosotros afirmamos que más allá de las formas tradicionales de comunidad eclesial y, por ende, más allá de los lugares ya conocidos de la Catequesis; el espacio virtual, como nueva forma cultural, aporta la existencia de verdaderas comunidades virtuales que viven el don de la comunión.
Las siguientes dimensiones resultan verdaderas notas esenciales de una comunidad eclesial y pueden estar presentes en una comunidad virtual:
- La dimensión fraternal o de la comunión.
- La dimensión profética o de la fe anunciada.
- La dimensión celebrativa o de la fe hecha oración, canto y fiesta.
- La dimensión diaconal o de la fe vivida y testimoniada.
Creer que el espacio virtual puede albergar a una comunidad eclesial es creer en la potencialidad comunicativa de las nuevas tecnologías para la información y la comunicación; pero también es creer en la capacidad relacional del hombre, en su existencial necesidad de trascendencia, que lo hace salir de sí mismo para entablar los vínculos interpersonales en los que se apoya una verdadera comunidad. Pero, por sobre todas las cosas, es creer en la creatividad del Espíritu Santo que, como Señor y dador de vida, otorga a la comunidad el don de la comunión.
Estas comunidades, como las otras comunidades eclesiales, constituyen espacios privilegiados para hacer explícita la comunión con Jesús, como Hermano y Señor; con la Iglesia universal; con las Iglesias particulares; con otras Iglesias y con los hombres y mujeres de las diversas religiones.
Esta referencia, que se da por descontada en otras formas comunitarias convencionales, como la Parroquia, las comunidades eclesiales de base o los movimientos eclesiales; pide ser explicitada y realizada concreta y elocuentemente en las comunidades virtuales.
Ellas constituyen, en nuestra experiencia, un camino válido para…
1. Evangelizar el espacio virtual, como forma cultural relevante y representativa de la cultura comunicacional, que también ha de ser evangelizada en la diversidad de sus manifestaciones. Considerando, además, que este espacio virtual, como cualquier otra realidad humana, atesora la presencia de Dios. Opacado por la oscuridad y oculto entre la cizaña, el Evangelio resuena en su núcleo más esencial y nos invita a reconocerlo, a darnos cuenta de su presencia, a explicitarla y a enriquecerla con nuestro aporte consciente.
2. Realizar la comunión en el espacio virtual, haciendo que la comunicación entre sus miembros vaya constituyendo, poco a poco, un entramado vital en el cual sea posible la circulación de los valores del Evangelio. Al servicio de la comunión se encuentran todos los recursos humanos, pedagógicos y tecnológicos existentes en la virtualidad. La interactividad es el resultado visible de la adecuada utilización de esos recursos. La comunión de la comunidad, en cambio, no queda garantizada por ninguna mediación humana. Requiere, como en toda obra humano – divina, del auxilio de la Gracia.
3. Recorrer itinerarios formativos a través de diversas propuestas virtuales, que contemplan la gradualidad de las distintas etapas de la iniciación y de la educación en la fe. En el caso de los catecúmenos y catequizandos estos itinerarios no reemplazan, sino que complementan y enriquecen los procesos que ellos recorren en sus comunidades eclesiales reales. En el caso de la formación de catequistas; podemos afirmar, con toda la certeza que nos da el camino recorrido en nuestro Instituto, que los itinerarios formativos pueden ser semipresenciales o totalmente virtuales.
4. Explicitar y realizar concreta y elocuentemente la referencia a las Iglesias particulares. Sin esta realización la comunidad virtual no sería una comunidad eclesial. En la comunidad virtual sus miembros pueden: aprender, reflexionar, rezar, practicar la diaconía, trabajar colaborativamente, investigar, planificar, crecer juntos en la fe… Pero no pueden celebrar los sacramentos ni hacer real y substancialmente presente a Jesús en la Eucaristía. Por eso, parte de la experiencia eclesial debe darse, necesariamente, en la comunidad real de pertenencia. El servicio a la Evangelización, a través de las comunidades virtuales, será siempre un servicio a las Iglesias particulares.
VI. Los animadores de la comunidad virtual
La opción por la Iglesia – Comunión marca también, como hemos expresado más arriba, la opción por un paradigma catequético comunional que concibe la Catequesis como acción eclesial al servicio de la fe y la comunidad cristiana como fuente, lugar y meta de la Catequesis. La existencia de la comunidad cristiana, su vitalidad y significatividad, son condiciones indispensables para la transmisión de la fe
En esa comunidad los dones, carismas y capacidades de sus miembros se ponen en relación y se potencian mutuamente a través de las distintas áreas de la Pastoral con las cuales la Catequesis interactúa. La comunidad eclesial virtual también, como cualquier otra comunidad eclesial, está llamada a ser fuente, lugar y meta de la Catequesis.
En este paradigma va tomando, cada vez más relieve la misión – rol del animador de la comunidad. En el ámbito catequístico, propiamente dicho, el catequista es un forjador de comunidades y los itinerarios formativos incluyen, cada día con más fuerza, este aspecto de su identidad.
En una comunidad eclesial virtual se va gestando la comunión por la gracia de Dios y por la acción del hombre, que pone sus capacidades y carismas comunicacionales al servicio de esa misma comunión. En este sentido, el animador de la comunidad virtual…
- promueve la comunicación entre sus miembros;
- facilita la integración comunitaria;
- alienta la participación responsable;
- acompaña el crecimiento en las diversas dimensiones de la fe de los miembros que integran la comunidad virtual;
- favorece la cohesión y el sentido de pertenencia;
- organiza encuentros virtuales sincrónicos y asincrónicos;
- explicita, permanentemente, la referencia a la Iglesia particular de pertenencia; alentando y acompañando, en todo lo posible, la participación en las experiencias eclesiales que ella misma propone;
- anima encuentros virtuales de oración, de formación y de reflexión;
- propone experiencias diversas e innovadoras que, a través de la virtualidad, favorezcan el crecimiento espiritual de sus miembros;
- atiende a su propia formación permanente no sólo en lo referente a las cuestiones tecnológicas, psicológicas y pastorales, que necesita conocer para realizar su rol, sino fundamentalmente, en todo lo que respecta a su propio crecimiento espiritual y eclesial. El animador de la comunidad eclesial virtual es, antes que nada, un hombre o una mujer de la Iglesia que realiza su ministerio en la Iglesia al servicio del Reino.
La misión – rol del animador de la comunidad eclesial virtual bien puede ser considerado un nuevo ministerio en la Iglesia inserta en la cultura comunicacional.

VII. Discípulos de Jesús en las comunidades eclesiales virtuales
La formación de los discípulos de Jesús en las comunidades eclesiales virtuales está sustentada en el mismo itinerario que se propone a todo bautizado que, en cualquier ámbito eclesial, se sienta llamado a seguir a su Maestro para hacerse, luego, su testigo y convocar a nuevos discípulos a la escucha de Jesús:
- VOCACIÓN
- RESPUESTA LIBRE
- SEGUIMIENTO DE JESÚS
- INICIACIÓN EN LA VIDA COMUNITARIA
- CRECIMIENTO Y MADURACIÓN
- ENVÍO
En estas nuevas comunidades, como en toda la Iglesia, la dinámica del discípulo – testigo es el fermento de una nueva humanidad. Humanidad nueva que, a la escucha de la Palabra, redescubre su horizonte y se pone en camino, siguiendo los pasos de Jesús.
El espacio virtual se extiende a lo largo y a lo ancho de una distancia inabarcable, pero paradójicamente, en ese espacio de inusitada grandeza, se hace cercano lo distante. Como en la inmensidad del mar que parece estar hecho para las distancias y las despedidas y, sin embargo, provoca reencuentros y regresos. Del mismo modo, la comunidad virtual en el gran espacio genera cercanía y comunión.
El mar orilla la costa y le habla secretamente. Éste es el lugar del llamado. En la costa del mar de Galilea estaban Simón y su hermano Andrés y Santiago y su hermano Juan, cuando Jesús los llamó convocándolos a ser pescadores de hombres.[14]
En la orilla del corazón, donde Dios habla, allí se produce la cercanía más íntima. Allí se escucha el llamado de Dios y allí resuena también la respuesta del que acepta ser su discípulo.
Este diálogo de interioridades se hace posible en la comunidad eclesial virtual. A pesar de la inmensidad del espacio, el discípulo puede escuchar a su Maestro y puede pronunciar la opción libre de seguirlo. En la comunidad eclesial virtual las interioridades están entrelazadas por la fuerza de la comunión que supera todas las distancias físicas.
Esta constatación nos conmovió una vez, casi al principio de la implementación de nuestra propuesta formativa virtual, cuando falleció una de nuestras alumnas y, a los pocos minutos, la noticia ya había viajado a través de la web para resonar en nuestro interior y hacerse sentimiento y emoción.
o Si el discípulo necesita escuchar un llamado para dar una respuesta libre, la comunidad virtual le ofrece el espacio para ese diálogo.
o Si el discípulo necesita escuchar la Palabra del Maestro para poder seguirlo, la comunidad virtual le ofrece el espacio para esa escucha.
o Si el discípulo necesita la vida de una comunidad para iniciar y madurar allí su experiencia cristiana, la comunidad virtual se ofrece a sí misma como comunidad iniciadora y educadora.
o Si el discípulo necesita una comunidad que lo envíe a ser testigo de Jesús, la comunidad virtual se ofrece a sí misma para el envío.
Si el discípulo es un nuevo hombre, renacido a la luz de la Palabra de su Maestro, la comunidad eclesial virtual es una nueva comunidad. Sin renunciar a ninguna de sus notas esenciales y en permanente servicio a la Iglesia particular, la comunidad eclesial virtual es hoy un nuevo lugar para la formación de discípulos y testigos de Jesús.

VIII. Una propuesta virtual: la formación superior de catequistas
Hace poco más de tres años, en el Instituto Superior de Catequesis Argentino, se hizo la opción de implementar el Programa de Formación a Distancia. En el inicio la propuesta era casi una intuición. Carecía de muchas certezas, pero estaba apoyada en una fuerte convicción: la formación a distancia tiene la posibilidad de acercar las distancias, de achicar la brecha y de favorecer la igualdad de oportunidades.
Sin caer en la parcialidad de creer que la modalidad virtual constituye un compartimento estanco reservado sólo a algunos en función de su disponibilidad económica, desde el comienzo se privilegió la búsqueda creativa de mediaciones pedagógicas y tecnológicas, para hacer las adaptaciones y recreaciones oportunas, según las diversas posibilidades de los destinatarios.
La implementación del programa dio lugar a una fuerte corriente de lo que uno de nuestros alumnos llamó, una vez, “solidaridad informática”. Solidaridad que les permitió compartir en un grupo la única computadora que había en la Parroquia más cercana o imprimir los documentos y multiplicarlos para los compañeros que todavía no tenían habilidades informáticas suficientes para avanzar solos en el proceso.
En el comienzo, muy cerca todavía de la experiencia presencial y semipresencial, se prestó especial atención a los grupos de estudio que se reúnen, de modo presencial, en las Diócesis para hacer los trabajos grupales. Reconocemos el valor eclesial y pedagógico de esa instancia comunitaria.
Hoy estos grupos siguen siendo objeto de nuestro acompañamiento, pero hemos descubierto que hay otra comunidad, que también es Iglesia y que tiene al espacio virtual como contexto próximo. Reúne a miembros de distintas Diócesis e incluso de distintos países de nuestro Continente.
El Programa de Formación a Distancia se despliega a través de siete proyectos que van escalonando un proceso a través del cual se tiende, permanentemente, a la formación superior. De este modo se concibe la formación superior como una instancia dinámica y siempre abierta a la actualización, la profundización y la especialización.
a. Proyecto de Acreditación de Saberes Previos.
b. Proyecto de Agentes Multiplicadores.
c. Proyecto Observatorio Catequístico
d. Proyecto Aula Abierta
e. Proyecto Comunicándonos
f. Proyecto de Formación del Coordinador en Pastoral Catequística con Orientación en Investigación Catequética
g. Proyecto de Formación de Tutores y de Animadores de la Comunidad Virtual

Detrás de cada uno de estos Proyectos hay una comunidad eclesial virtual con todos los rasgos y connotaciones que hemos ido detallando a lo largo de este trabajo. Allí sus miembros entablan una comunicación que se ha ido delineando desde una dinámica bidireccional hacia un modelo, cada vez, más circular.

Los animadores de los proyectos mencionados han asumido, al mismo tiempo, la misión – rol de animar las comunidades eclesiales virtuales que corresponden a cada Proyecto. Más recientemente, estas comunidades virtuales han comenzado a interactuar entre sí, favoreciendo situaciones de mayor sinergia e interactividad que, con la ayuda de Dios, se van manifestando en el crecimiento de una mayor comunión entre sus miembros.

La diversidad en la propuesta y la diversidad de los destinatarios nos permiten constatar que la búsqueda de la comunión nos llama, permanentemente, a la hospitalidad y al discernimiento, acogiendo en esa misma comunión al extranjero; al que piensa distinto; al diferente…



Pbro. José Luis Quijano
Rector del ISCA
[1]Para profundizar en el tema del sujeto de la Catequesis en la cultura comunicacional, sugerimos la lectura del Documento de Apertura de las III Jornadas Nacionales de Catequética realizadas por el Instituto Superior de Catequesis Argentino. www.isca.org.ar
[2] Concepto acuñado por los Obispos de la Argentina en “La Patria requiere algo inédito”. Nº 6. 81ª Asamblea Plenaria de la CEA. 12 de mayo de 2001.
[3] Mateo 13, 24 - 30
[4] Documento de Puebla Nº 387
[5] Documento citado Nº 393
[6] GS 54
[7] Cfr. De Vos, Frans. “Que nuestra alegría sea perfecta. Metodología Catequística”. Ed. La Semilla. Lomas de Zamora. 2000.
[8] Cfr. Documento de Puebla Nº 393
[9] Cfr. Navega Mar Adentro Nº 21. CEA. 2003
[10] Cfr DGC Nº 158
[11] Cfr. DGC 78
[12] Así lo expresa el DGC en su número 217 cuando afirma “El anuncio, la transmisión y la vivencia del Evangelio se realizan en el seno de una Iglesia Particular o Diócesis… En cada Iglesia Particular se hace presente la Iglesia Universal con todos sus elementos esenciales”.
[13] DGC Nº 253
[14] Cfr. Mc. 1, 16 - 20

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